Dosymedia Blog sobre Comunicación, Prensa y Marketing

Marketing de contenidos

¿Qué es el marketing de contenidos?

Seguro que habrán oído el término “marketing de contenidos” o quizás hayan oído también el término anglosajón “inbound marketing”.

Cada vez es más frecuente utilizar estrategias que se basan en generar ciertos contenidos útiles e interesantes para el público objetivo a quién se dirigen, con el fin de generarles una percepción positiva de la marca. Eso es el marketing de contenidos.

Para ello, se utilizan distintos canales para atraer a los potenciales clientes. Los blogs, las redes sociales, los foros especializados o las páginas webs son algunos de ellos.

Además, el contenido actualizado ayuda a generar tránsito hacia la web y por ende, mejora el posicionamiento SEO de la empresa o entidad.

Frente a la tradicional publicidad masiva dónde se “grita” a todo el mundo el mismo mensaje, el marketing de contenidos busca dirigirse sólo a un nicho específico de público abasteciéndoles de información de su interés.

De este modo se consigue unir una marca o producto a la comunidad y generar confianza al consumidor final.

Un ejemplo práctico:

Tengo un coche con algunos años y estoy pensando en cambiarlo. En los 90 hubiera visitado algunos concesionarios y esperado a que el comercial me atendiera. Por tanto, la marca de automóviles se jugaba a una sola carta mi decisión de compra, que recaía de pleno en la habilidad y pericia de la fuerza de ventas.

Pero como estamos en 2015, he de confesarles que en apenas 15 días me he convertido en una experta en las motorizaciones, tipos de cambios y acabados de los 4 modelos que se ajustan a mis necesidades y que compiten entre sí. Lo sé prácticamente todo acerca de sus navegadores, de su comportamiento en carretera y ciudad, de sus consumos y de sus prestaciones. Todo ello sin moverme del sofá gracias a las comparativas, videos de prueba y artículos que las marcas publican en páginas propias y ajenas.

Cuando visite el concesionario, ya habré tomado una decisión que sólo dependerá del precio final que puedan ofrecerme. De este modo, la marca me habrá cautivado y convencido de una forma poco intrusiva. Ahí está el quid de la cuestión.

Conversando con un bioquímico sobre el packaging

Conversando con un bioquímico sobre el packaging

No se podrían imaginar, ni en un millón de años, la ciencia que hay detrás de cada producto que ustedes encuentran en un supermercado, lo que conocemos como packaging.

Hace apenas unos días, en una reunión de trabajo tuve la oportunidad de hablar con un bioquímico. Un científico con bata blanca y un cierto aire a Einstein que se encarga a diario del control de producción de una fábrica especializada en los productos elaborados a base de fruta. Su obsesión por garantizar la conservación, trazabilidad y calidad de los productos le lleva a una obsesión casi enfermiza.

Mantenemos surrealistas discusiones sobre composiciones moleculares, microbiología o procesos técnicos para determinar los mensajes marketinianos en el diseño de packaging. Encontrar el punto medio entre lo que el consumidor entenderá cuando esté delante del lineal al leer la etiqueta de un producto y lo que un bioquímico quiere explicar es, créanme, una tarea difícil.

Entonces le hice la siguiente pregunta:

– Imagínate que quiero comprar un tarro de mermelada. Tengo dos opciones: por un lado puedo ir a un supermercado y comprar una mermelada tradicional de un sello multinacional. Esta mermelada habrá pasado por sistemas de control de procesos y trazabilidad, los aditivos están contemplados en el etiquetaje según la normativa, durante su elaboración se habrán tomado todas las medidas higiénicas inimaginables (atmósferas controladas, filtrajes de aire, detectores de metales, máquinas con visión artificial,  rayos X, limpiezas profundas, periódicas y pautadas al milímetro de las salas de producción, ropa especial y aséptica para el personal de las plantas, procesos de pasteurización, reglamentación estricta sobre el material de suelos y paredes, control de plagas continuas…) ¿no es así?

-Bien.

-Por otro lado puedo ir a un mercadillo tradicional de esos en que los artesanos venden tarros de mermelada casera, cerrados al baño maría y etiquetados con una preciosa etiqueta escrita a mano. Porqué la cultura “eco”, que desde hace años está arraigando en la sociedad, ha calado también en mí.

-Ahá.

Si comparo los dos tarros de mermelada puedo obtener mucha información (perdón, toda la información) acerca de la mermelada del supermercado. En cambio, de la otra no sé prácticamente nada. ¿Qué garantías de higiene se usaron durante su elaboración? ¿Cómo sé de dónde procede la fruta o qué sulfatos se utilizaron?

-Bueno. Es que no lo sabes. Pero es una compra emocional.

Y aquí les dejo. Tomen sus propias conclusiones y ya me contarán…

buscando wifi desesperadamente

Buscando wifi desesperadamente

Soy de las que va con la oficina a cuestas. Soy de las que, entre reunión y reunión, busca algún café tranquilo para trabajar, me acomodo en alguna mesa tranquila con el portátil, el móvil y una taza de té. Soy de las que asoma la cabeza y, antes incluso de decir buenos días, pregunto con cara de desesperada “¿Tienen wifi?”.

Soy de las que enchufe en mano, escruta el zócalo perimetral del local en busca de un chute energético para las baterías de mi tecnología de bolsillo.

Soy de las que levanta el cuello en busca de algún camarero o camarera para bombardearlos sin compasión señalando el teclado: “Oígame, ¿el password?”

Hoy, sin embargo, he visto como alguien mucho más listo que yo se ha dado cuenta de cómo sacarle tajada mediática a los wifi-alcoholic como yo. Una gran idea, barata y seguro que efectiva.

Les cuento.

Una bendita FREE-WIFI promete a los usuarios del local horas tranquilas de navegación internauta pero, una vez conectado, algo pasa con la descarga de los mensajes del correo electrónico. Le doy varias veces a “enviar y recibir” atónita, incrédula. Recelosa de tan magnánimo problema abro el navegador con el fin de comprobar si, en efecto, puedo acceder a internet y ahí está, señores, ahí está la formidable idea: se abre ante mis ojos la página de Facebook del café dónde me encuentro con un bonito mensaje que me invita amablemente a un “me gusta” virtual a cambio del acceso al wifi.

Así que, a día de hoy, soy fan del local por interés. Abierta a recibir sus promociones y noticias bajo mi propio consentimiento y no descarto en el futuro más relaciones de conveniencia.

Porque, al fin y al cabo, si París bien valía una misa, un Free-wifi bien vale un “me gusta”.

No será para tanto... el septiembre

No será para tanto… el septiembre

Hace algunos días que no hago más que leer editoriales sobre el septiembre. Todas ellas están dedicadas a la vuelta a la rutina, al fin de las vacaciones, al término del periodo de descanso… todas ellas con un regusto amargo y algo apesadumbrado por algo que se ha perdido.

Y digo yo que no será para tanto…

Leí, entonces, un artículo en una revista femenina (perdonen pero no recuerdo cuál de ellas) en las que su autora pensaba lo mismo que yo: que el septiembre es en realidad el comienzo del año.

En septiembre todo empieza, todo es nuevo y todo cambia. El mes de enero no es más que un reflejo exacto del mes anterior sólo que hay que cambiar la cifra de la fecha. Yo soy de las que tardan en acostumbrarse y, de pequeña, mis fichas tenían borrones hasta mediados de abril.

  ¡¡¡No estamos ya en el 87 sino en el 88!!! me decía mi compañera de al lado.

El mes de septiembre es un mes fantástico lleno de expectativas, de estrenos y de firmes promesas con uno mismo (si se cumplen o no, ya es otra historia) es un mes de cosquilleo en el estómago, con un punto de vértigo y expectación a las situaciones o retos en las que nos vamos a tener que enfrentar.

Así que, como cuando era una niña, ojeo con curiosidad la mochila recién estrenada para volver a mi vida real después de un paréntesis de descanso.

¡Bienvenidos!

La inquietante idea de Rajoy que benefició a dosymedia

Desde hace casi un año, trabajamos para una compañía de Crowdlending llamada Arboribus. El Crowdlending es un nuevo método de financiación alternativa a la banca que permite a inversores particulares invertir la cantidad que determinen, al tipo de interés que elijan, en el proyecto que deseen.

El pasado 28 de febrero se presentó un Anteproyecto de Ley (que como siempre se hizo rápido y mal) que pretende regular las Plataformas Electrónicas de Financiación Participativa entre las que Arboribus se ve afectada. Así pues, actualmente, tenemos un anteproyecto de ley que dista de sus hermanas Europeas y cuarta la posibilidad que este sector crezca al ritmo de otros países.

En dosymedia vimos en este tema de actualidad una inesperada oportunidad. Pasamos 5 días pegadas al teléfono hablando con los redactores de los principales medios del país para explicarles la gravedad del anteproyecto y posicionar a los dos socio-fundadores de Arboribus como expertos en este campo (al fin y al cabo son los únicos que han formalizado, a día de hoy, casi 300.000 euros en préstamos y han revisado y estudiado solicitudes por valor de más de 6 millones de euros).

El resultado fueron 2 entrevistas en televisión, 8 entrevistas para redactores de prensa y 2 artículos redactados que alimentaron varios foros y portales económicos.

En definitiva, este es un buen ejemplo del trabajo de un gabinete de prensa ejecutado con precisión en el momento oportuno. Muchas gracias Sr. Rajoy, pero en serio, revise esta ley.

Ideas avispadas

¿Saben? Siempre me han hecho gracia los programas de televisión dónde ofrecen premios a los inventos más ingeniosos. Aparecen tipos extraños con cachivaches ridículos explicando las maravillas de su avispada idea.

Entonces, me acurruco en el sofá y me froto las manos esperando la entretenida defensa de cualquier chisme inútil. El concursante en cuestión empieza con un discurso pasional acerca de las virtudes de, por ejemplo, una bicicleta sin pedales (para ir a pie sólo que mucho más incómodo).

Juzguen ustedes mismos:

El caso es que Forbes publicaba hoy una noticia que me ha dado qué pensar: “Nueva patente de Apple para que el iPhone caiga de pie”

http://www.forbes.es/actualidad-noticia/nueva-patente-apple-que-iphone-caiga-pie_1346.html

¡Por el amor de Dios! Ese sí es un invento genial. Mi compañero lleva ya tres cristales rotos de su iphone con las consiguientes discusiones “¡¡eres un manazas!!”, la compra de funda posterior y el apoquine de 150 pavos para sustituir la pantalla fragmentada.

Señores de Apple, compren esa patente sin dudarlo. Créanme, sin dudarlo.

En un visto y no visto

Y así, de sopetón como quién dice, nos plantamos en los últimos días del año. ¡Plas! en un visto y no visto.

Por alguna extraña razón cada vez se me pasan los días, meses y años más rápidamente y, será que la Navidad me pone nostálgica, pero sólo me apetece recordar los cálidos días de verano que quedan tan lejos en el calendario pero tan cercanos, en cambio, en mi memoria.

Este verano llegó a mis manos la novela WONDER de R.J. Palacio. Creo que lo empecé y lo terminé en menos de 48 horas. Me gustó tanto y me enseñó tantas cosas que decidí volver a leerla junto a mi pequeño pre-adolescente. Y así pasamos algunos días de verano: preparábamos una pequeña mochila con un poco de agua y el libro y nos adentrábamos en el bosque dónde descubrimos una casita en lo alto de un árbol. Ese fue nuestro rincón secreto, una biblioteca improvisada en lo alto de un nogal, dónde leíamos la historia de August (un niño de 12 años normal por dentro pero con un rostro fuera de lo común).

August y los demás protagonistas nos enseñaron mucho, discutimos acerca de la vida y la relación entre compañeros pero, sobre todo, imprimió al verano de 2013 muchas horas enriquecedoras que nos unirán para siempre.

Y así me despido de este año especial y lleno de retos personales y profesionales. Como seguro que tendrán que hacer algún regalo navideño, me permito recomendarles este magnífico libro.

¡Feliz entrada en 2014!

Marketing celestial

Cuando empecé a escribir este blog me prometí a mi misma no hablar de ningún tema relacionado con política o religión porque, después de todo, este es un blog profesional acerca de nuestras aventuras en el mundo del marketing y la comunicación y mis ideas y valores personales no tienen cabida ni interés.

Pues bien, hoy 18 de noviembre, voy a tragarme mis propias palabras puesto que voy a escribir acerca del Papa Francisco.

No es que sea una devota, no señor, pero este argentino de túnica blanca me tiene atónita y admirada. Jamás antes un pontífice había cautivado en tan poco tiempo a prensa, feligreses y ateos recalcitrantes.

Su visión del marketing y sus apariciones públicas son dignas del gabinete de comunicación del mismísimo Pentágono por la precisión y naturalidad en que son puestas en escena.

La última aparición durante el rezo del Angelus en la plaza del vaticano ya es de aplauso y ovación. Un despliegue de merchandising con un concepto publicitario para hacer más llevadera la carga del buen feligrés: La medicina “misericordina”.

No puedo describirlo. Véanlo ustedes mismos. ¡Amén!

¡Maldita sea la ley de Murphy!

La ley de Murphy intenta explicar los infortunios que uno vive diariamente. Hoy en dosymedia hemos sido testigos que, si algo puede salir mal (por remota que pueda parecer la causa) créanme… saldrá mal.

Verán, trabajamos en la comunicación de una promotora inmobiliaria e hicimos algunas fotografías de un piso muestra. Hasta aquí todo normal. Dichas fotografías estaban tomadas en distintos puntos de la vivienda y una de ellas era del salón comedor dónde había un televisor. Nada que objetar.

El fotógrafo va y decide que fotografiar una estancia cuyo televisor está apagado no tiene ningún sentido, ni estética, ni tampoco evoca calidez así que pone un canal cualquiera y tira las fotos.

Con estas y otras fotos elaboramos distintas herramientas de comunicación que se diseñan a distintos tamaños según corresponda el soporte (sólo algunos centímetros si se trata de un banner en un portal pero varios metros si se trata de una valla perimetral a pie de calle).

Pero vamos a ver… ¿cuántas posibilidades teníamos que el fotógrafo encendiese el televisor en un canal de noticias? ¿cuántas posibilidades que en ese momento estuvieran dando una noticia de desahucios, por el amor de Dios? ¿y cuántas que, para más inri, captase justo el momento del rótulo sobreimpreso con el texto “Suicidio por desahucio”? ¡Maldita sea!

En la pantalla del ordenador era inapreciable, pero patidifusos nos quedamos cuando vimos la foto en el zoom real para una valla de unos 10 metros.

¡Váyase al cuerno Sr. Murphy!

Hacer deporte cómodamente

Este fin de semana tuve la suerte de poder descansar en un lujoso hotel junto a un campo de golf. No he jugado nunca a este deporte y una lesión en el tobillo izquierdo me cuartó la remota posibilidad de empezar esta vez.

Fue entonces cuando entré en shock. Verán, yo no sé mucho acerca este deporte, excepto de los open que transmiten de vez en cuando en televisión en el que aparecen fornidos golfistas con ademanes de gentleman y aires de triunfador.

Pero allí no había ninguno. En su lugar, durante todo el fin de semana me acompañó la visión de hombres y mujeres maduros que, ataviados con polos y bermudas a cuadros, trajinaban de un lado a otro del césped.

Eran, en su mayoría, matrimonios europeos entrados en años (con tripa y puro ellos, con visera y gafas de sol de marcas caras ellas) que se desplazaban de un lado a otro sin aparente prisa. Y por más que los miraba, no conseguía ver cómo y cuándo “hacían deporte”.

Lo sé, ahora me dirán que con el golf se camina mucho dada las enormes extensiones que deben recorrer entre hoyos, pero el caso es que se desplazaban en esos coches eléctricos de dos plazas. Así que el esfuerzo se reducía a plantar sus posaderas en el asiento y activar el músculo del pie derecho para presionar el acelerador.

También pueden decirme que trajinar con la bolsa de palos de acero comporta un esfuerzo pero el caso es que las bolsas, actualmente, llevan ruedas y un motor eléctrico que las tracciona.

En cambio, que curioso, el bar-terraza del club de golf estaba repleto de los “deportistas” que bebían cervezas y tomaban aperitivos bajo el cálido sol de septiembre.

No discuto que el golf sea un deporte pero, sin duda, es uno de los más cómodos que conozco.