Hacer deporte cómodamente
Este fin de semana tuve la suerte de poder descansar en un lujoso hotel junto a un campo de golf. No he jugado nunca a este deporte y una lesión en el tobillo izquierdo me cuartó la remota posibilidad de empezar esta vez.
Fue entonces cuando entré en shock. Verán, yo no sé mucho acerca este deporte, excepto de los open que transmiten de vez en cuando en televisión en el que aparecen fornidos golfistas con ademanes de gentleman y aires de triunfador.
Pero allí no había ninguno. En su lugar, durante todo el fin de semana me acompañó la visión de hombres y mujeres maduros que, ataviados con polos y bermudas a cuadros, trajinaban de un lado a otro del césped.
Eran, en su mayoría, matrimonios europeos entrados en años (con tripa y puro ellos, con visera y gafas de sol de marcas caras ellas) que se desplazaban de un lado a otro sin aparente prisa. Y por más que los miraba, no conseguía ver cómo y cuándo “hacían deporte”.
Lo sé, ahora me dirán que con el golf se camina mucho dada las enormes extensiones que deben recorrer entre hoyos, pero el caso es que se desplazaban en esos coches eléctricos de dos plazas. Así que el esfuerzo se reducía a plantar sus posaderas en el asiento y activar el músculo del pie derecho para presionar el acelerador.
También pueden decirme que trajinar con la bolsa de palos de acero comporta un esfuerzo pero el caso es que las bolsas, actualmente, llevan ruedas y un motor eléctrico que las tracciona.
En cambio, que curioso, el bar-terraza del club de golf estaba repleto de los “deportistas” que bebían cervezas y tomaban aperitivos bajo el cálido sol de septiembre.
No discuto que el golf sea un deporte pero, sin duda, es uno de los más cómodos que conozco.