El antídoto
Aunque tengo un nulo talento para reproducir cualquier tipo de nota (ni en la ducha me atrevo a cantar) tengo cierta obsesión por poner banda sonora a los momentos de mi vida.
Las estaciones, la meteorología, la hora del día, el lugar en que me encuentro y por supuesto mi estado de ánimo marcan la banda sonora del instante que estoy viviendo. Esto ocasiona, alguna vez, ciertos comentarios jocosos de mi pareja acerca de mi peculiar lógica en la elección de la música en cuestión.
– No irás a poner jazz ahora?!
– Y ¿por qué no? ¿desde cuándo no te gusta Bob Acri?
– Desde que es un sábado de verano por la mañana y ahora no es el momento…
La cuestión es que, como les decía en mi último post, la lluvia y el frío empiezan a minar mi humor. Así que, últimamente, me he permitido un pequeño traspiés en la elección de música mientras trabajo para sumergirme en la música archivada en mi mente como “de atardecer cálido estando de vacaciones”.
Las tarantelas italianas son un buen ejemplo del tipo de música que me evoca calor, paseos despreocupados, la luz amarillenta del sol del mediodía y el omnipresente canto de las cigarras. Esta música popular se creó en el sur de Italia en el s.XIX y existe la creencia de que, quien la bailaba, podía curarse de la picadura de una tarántula.
No creo que las posibilidades de que me pique una tarántula en la oficina sean muy grandes, pero en todo caso, es un antídoto al abatimiento. Les dejo una pieza de L’Arperggiata que me gusta especialmente.