El antídoto

Aunque tengo un nulo talento para reproducir cualquier tipo de nota (ni en la ducha me atrevo a cantar) tengo cierta obsesión por poner banda sonora a los momentos de mi vida.

Las estaciones, la meteorología, la hora del día, el lugar en que me encuentro y por supuesto mi estado de ánimo marcan la banda sonora del instante que estoy viviendo. Esto ocasiona, alguna vez, ciertos comentarios jocosos de mi pareja acerca de mi peculiar lógica en la elección de la música en cuestión.

– No irás a poner jazz ahora?!

– Y ¿por qué no? ¿desde cuándo no te gusta Bob Acri?

– Desde que es un sábado de verano por la mañana y ahora no es el momento…

La cuestión es que, como les decía en mi último post, la lluvia y el frío empiezan a minar mi humor. Así que, últimamente, me he permitido un pequeño traspiés en la elección de música mientras trabajo para sumergirme en la música archivada en mi mente como “de atardecer cálido estando de vacaciones”.

Las tarantelas italianas son un buen ejemplo del tipo de música que me evoca calor, paseos despreocupados, la luz amarillenta del sol del mediodía y el omnipresente canto de las cigarras. Esta música popular se creó en el sur de Italia en el s.XIX y existe la creencia de que, quien la bailaba, podía curarse de la picadura de una tarántula.

No creo que las posibilidades de que me pique una tarántula en la oficina sean muy grandes, pero en todo caso, es un antídoto al abatimiento. Les dejo una pieza de L’Arperggiata que me gusta especialmente.

Vivir en falso

Verán, en los últimos días me he dado cuenta de que lo falso está presente en casi cualquier ámbito de nuestras vidas. No me refiero a los top manta con sus falsificaciones de Louis Vuitton más o menos conseguidas (esto lo tenemos prácticamente interiorizado) me refiero a que, de alguna forma, hemos creado entre todos un mundo lleno de ficciones perversas que, ni mi lado más maligno, no hubiera podido llegar a imaginar.

Leía en la prensa hace pocos días que, cuando empezó el cónclave para elegir un nuevo papa, se coló en el interior del vaticano un “obispo falso” que descubrieron por llevar un crucifijo extraño y una sotana demasiado corta (me pregunto si debió adquirir su indumentaria en una tienda de disfraces común). Hoy se publicaba un estudio canadiense que defiende que Mª Teresa de Calcuta no fue tan “santa” como la pintaban, por su sospechosa manera de gestionar la ingente cantidad de dinero que recibía las donaciones y por los cuidados cuestionables que propiciaba a los enfermos.

Las casas reales no se salvan: tienen historias de mentiras, celos, deslealtades , asesinatos y delitos variados como para escribir un serial venezolano.

Facturaciones B, comisiones extraoficiales, dinero que se larga a paraísos fiscales, espionaje entre políticos, causas sociales que sólo son una tapadera para enriquecer a los que ya son ricos… todo ello es el pan de cada día de la actualidad nacional.

En la industria alimentaria también hay engaños porque algunos listos creen que vender carne de caballo rumano famélico como si fuera de vaca suiza, tampoco está tan mal …

Quizás sea la lluvia que me pone triste y me transmite pesimismo pero ¿saben?, al final vivir entre tanta falsedad va dinamitando los principios y la imagen del mundo altruista que aprendí de niña.