Un café en Starbucks

Bajo mi oficina hay un Starbucks. De vez en cuando, me encanta llevarme el ordenador y sentarme en una confortable sillón para preparar una reunión mientras saboreo un té humeante y un bollito de canela.

Siempre me ha parecido que Starbucks innovó el concepto de las cafeterías. Consiguieron que en cualquier parte del mundo te sientas como en casa, fomentan que puedas trabajar o estudiar en ellos, puedes prepararte el café a tu gusto y es uno de los pocos lugares en que no te sientes incómodo si estás solo/a.

Lo que no sé es si es un negocio generacional. Es decir, siempre veo a gente joven y, de hecho, mi madre los odia. –¿Por qué vociferan tu nombre para servirte el café? ¿Y por qué te lo sirven en vasos de papel? me pregunta con disgusto alguna vez que hemos charlado en alguno de sus locales.

Quizás mi generación, la de los treinta y tantos, valoramos el que nos dejen en paz, nos ofrezcan wifi y nos dejen sentarnos en un mullido sillón mientras suenan notas de jazz. O quizás, simplemente, nos atrapen las estrategias de marketing…